El daguerrotipo: la máquina de la realidad

Florencio Varela con su hija María, Montevideo, Uruguay, ca 1847.

El daguerrotipo, cuya evolución dará origen a la fotografía, aparece en 1839. Muy pocos años después, hacia 1843, ya estaba utilizándose en Buenos Aires, adonde llegó de la mano de John Elliot, quien proveyó a los porteños más ricos de los novedosos retratos guardados en lujosos estuches. El daguerrotipo es una imagen impresa sobre una placa de cobre gracias a un procedimiento químico complejo. Baste saber que cada copia es única y no daba la posibilidad de reproducirlo haciendo copias similares. Hacerse un retrato “al daguerrotipo” llevaba un tiempo considerable de exposición, que se fue reduciendo a medida que la técnica se perfeccionó: cuando llegó a Buenos Aires era solo de un minuto y medio que, aunque pueda parecer un lapso de tiempo breve no lo es (mucho menos si lo comparamos con la velocidad de las cámaras actuales, capaces de fraccionar el segundo a milésimas y captar sin problemas una imagen en movimiento). La dificultad radicaba en que mientras se realizaba la toma era imprescindible la inmovilidad total del fotografiado, para que la imagen no saliera movida. Si uno hace la prueba de contar hasta cuarenta sin moverse, tal vez pueda comprender que esta no era una tarea tan fácil cuando se trataba de fotografiar a un niño. Quizás por eso los niños suelen aparecer borroneados en los daguerrotipos y ambrotipos.

Fue un desafío para los fotógrafos encontrar la manera en que niños y adultos se quedaran quietos el tiempo suficiente. En muchos casos se usaban unos pies de madera que en la parte superior tenían un dispositivo para sostener el cuello por detrás de la cabeza que, observando atentamente, se pueden detectar detrás de los fotografiados (véase la fotografía del niño de la guerra del Paraguay).

El formato de la imagen que se muestra en esta pantalla no es el original ya que ha sido modificado por necesidades de diseño.