Adolfo P. Carranza, circa 1897.
Adolfo P. Carranza realizó la tarea de recolección personalmente: desde el principio y de una manera insistente y constante solicitó a las familias patricias, a los descendientes de militares y civiles que habían participado en hechos históricos y a los gobiernos de las provincias (en síntesis, a todas las instituciones y personas que podían) que donaran objetos y documentos para formar la colección. También gracias a su gestión se sumaron pinturas y esculturas, que fueron compradas, recibidas en donación o encargadas a diversos artistas.
Los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, en 1910, con sus incontables actos conmemorativos, monumentos, desfiles y publicaciones, fueron el contexto y la excusa para que ciertos hechos de nuestra historia se fijaran en cuadros, esculturas y láminas. Un grupo de esas obras fue encargado por Adolfo P. Carranza al pintor chileno Pedro Subercaseaux (1880-1956): se trataba de una galería de escenas y personajes que, tanto por el modo en que se mostraron como por el que se reprodujeron, llegaron a constituir la imagen misma de la patria. Por entonces director del Museo, Carranza se preocupó por guiar al artista con precisas instrucciones sobre cómo deberían ser esas imágenes que, según consideraba, valía la pena recordar.
A lo largo de los años, la escuela y las revistas infantiles reprodujeron infinitamente esas obras, al punto de que hemos llegado a creer que representan la realidad histórica sin reparar en el hecho de que son construcciones artísticas. Así, las escenas, decorados, atmósferas, protagonistas y personajes secundarios que fueron seleccionados y plasmados en lienzos de grandes dimensiones representaron una visión del país y de su historia. Y establecieron un patrón iconográfico capaz de apoyar con imágenes dos propósitos bien definidos: instalar en la sociedad un conjunto de valores y consolidar una cierta idea de nacionalidad, dirigidos no solo a una población mayormente inmigrante sino también a las propias clases dirigentes –de las que Carranza formaba parte-, cuestionadas por su materialismo y su desinterés por los asuntos morales y espirituales.[1]