Hacia 1909, Buenos Aires contaba con 1.224.000 habitantes, la mitad de los cuales eran extranjeros. Además de su fuerza de trabajo, los inmigrantes trajeron consigo la lengua, la ideología y las costumbres de sus países de origen. Ya para ese año la ciudad respiraba la euforia del próximo Centenario de la Revolución de Mayo: los preparativos para el festejo, que se habían iniciado al comenzar el siglo, impulsaron su progreso y la hicieron brillar a los ojos de los visitantes. Figuras como Georges Clemenceau, Adolfo Posada y Jules Huret, entre otros, transitaron las calles de la ciudad y la describieron en sus libros o artículos.
En ese plan de festejos, las exhibiciones tuvieron un lugar importante y así se organizaron la de los Ferrocarriles, la de Industria, Agricultura e Higiene y también, la Exposición Internacional de Arte del Centenario que, entre julio y noviembre de 1910, presentó las secciones nacionales e internacionales con importantes obras de artistas que representaban a sus respectivos países, entre los que se contaban Francia, España, Italia y Alemania. Doce países integraron la muestra y participaron del concurso internacional: muchas de las obras que se presentaron no regresarían a sus lugares de origen.
Por primera vez, el Estado argentino apoyó fuertemente este proyecto que, Congreso mediante y con colaboración de la Municipalidad de Buenos Aires, permitió concretar la adquisición de obras de arte para el Museo Nacional de Bellas Artes. Eduardo Schiaffino, director del museo, y la Comisión Nacional de Bellas Artes llevaron a cabo la selección de las obras que hoy forman parte del patrimonio nacional. También algunos coleccionistas de Buenos Aires, como la familia Guerrico, compraron obras que con posterioridad donaron a la institución. Estos son algunos de los trabajos que el Museo incorporó a su patrimonio en esa oportunidad.