Gustavo Marrone en su atelier

1988. Marcia Schvartz
Óleo sobre tela, 180 x160 cm.

“… que la gente se sienta parte, ese es mi mayor deseo (…)”: la intención que expresa Marcia Schvartz (1955) se concreta cuando vemos esta imagen de su amigo (también pintor) Gustavo Marrone en su atelier, que convoca y provoca al espectador, que no puede pasar indiferente.

La aparente comodidad de la postura de Marrone (el cuerpo reclinado, las manos sobre los apoyabrazos de un sillón individual) contrasta con su pose en un inquietante primer plano y la gran tensión de la musculatura, especialmente en el rostro, que se condensa en los ojos. Un fondo que insinúa sutilmente el espacio de un taller con pinturas del artista enmarca la escena íntima.

La pintura pertenece al período en el que la artista vivió en el barrio del Abasto, al regreso de su exilio en Barcelona entre 1976 y 1983. Además de obras en las que manifestó su intensa conexión con ese lugar de Buenos Aires, sus patios, sus vecinos, los camiones y los colectivos, en ese tiempo realizó retratos de amigos. Incluyó a los “de antes” del exilio, con quienes se había reencontrado, y a los nuevos, muchos de ellos vinculados con el circuito de la noche de Buenos Aires, en el que la artista participó realizando vestuarios, escenografías y máscaras para grupos de teatro under.

En sus obras de los años ochenta, Schvartz logró conjugar con madurez las diversas líneas de su formación en los talleres de Ricardo Carreira (1942-1993), Aída Carballo (1916-1985), Jorge Demirjian (1932) y Luis Felipe Noé. Su lenguaje plástico y su propuesta artística se incorporaron definitivamente en la tradición local de una figuración crítica que incluye, entre otros, a Lino E. Spilimbergo, Antonio Berni, Carlos Alonso y Pablo Suárez (1937-2006). Sobre sus retratos, Laura Malosetti Costa (en Marcia Schvartz. Joven pintora, Catálogo exposición en el Museo Eduardo Sívori, Buenos Aires, septiembre a octubre de 2006) escribió: “… algunos de los retratos pintados en esos años ochenta se erigen hoy como efigies –con algo de glamour decadente–, de un breve resplandor nocturno, descaradamente guarango, transgresor y creativo. Son retratos que desafían la muerte y el tiempo. Imponen con su presencia otra vez un destello de la locura del café Einstein, la noche del Parakultural y de Cemento”.

El formato de la obra que se muestra en esta pantalla no es el original, ya que ha sido modificado por necesidades de diseño.